Erase
una vez en lo profundo de la selva virgen, en la parte más alta de un
gigantesco árbol, vivía una diminuta
gota de agua que resplandecía por la luz de la luna, resbala lentamente
entre las hojas verdes, como si cada hoja fuera una etapa diferente de su
existencia, pasa el tiempo y la gota sabe que llegara su fin no hay mas hojas
solo un abismo negro a donde caerá, se
aferra a la luz lunar, se resigna a la muerte, cae al vació siente la frescura del viento que le acaricia y
purifica su ser, cae a un pequeño
riachuelo y se hace consiente que no es el fin, ahora es mayor, recorre la
montaña observando a los anímales que necesitan de él, cada vez es más grande y
más grande, por donde pasa el rió la naturaleza se llena de vida,
recorre grandes distancias, cuando de repente, es uno
en todo, unido a la totalidad del mundo, se ha vuelto mar, recibe la luz solar
que le reconforta y lo alimenta y por las noches la luna lo acaricia, como en
un principio. Y el ciclo eterno de vida
continua hasta que erase una vez una gota
de agua llego a la luna y en medio de la gran soledad y silencio fecundo una diminuta
flor de color purpura que existe y perdura, retoña y germina, crece y disemina en un extenso universo.
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